"La Voyager entró en la etapa final de su carrera al borde del espacio interestelar y comienza a explorar la frontera final del sistema solar" explicó el Dr. Edward Stone, científico del proyecto Voyager en el Laboratorio de Propulsión por Reacción del Instituto Tecnológico de California (Caltech), que construyó y opera al Voyager 1 y a su gemelo, el Voyager 2.
En noviembre de 2003, el equipo del Voyager anunció que estaba notando eventos diferentes a cualquiera de los encontrados antes. Sus integrantes se dieron cuenta que los inusuales informes de la nave llegados a las antenas de la NASA indicaban que el Voyager 1 se estaba acercando a una extraña región del espacio, probablemente el comienzo de esta nueva frontera que llamaron región de choque final. Sin embargo, se despertó alguna controversia acerca de si la Voyager 1 se encontraba de hecho en aquellos inhóspitos confines o si sólo se estaba acercando.
El viento solar es una delgada corriente de gas eléctricamente cargado que fluye contínuamente desde el Sol y la frontera final es el lugar en el que la presión del gas estelar logra frenarlo. En esa región el viento solar disminuye abruptamente su velocidad y se hace más denso y caliente.
La evidencia más fuerte de que el Voyager 1 pasó a través de la zona de choque final son las mediciones del incremento en la intensidad del campo magnético portado por el viento solar y la consecuente disminución de velocidad de este.
Las Voyager se equiparon con tres generadores termoeléctricos de radioisótopos para que se autoabastecieran de la energía eléctrica necesaria para el instrumental de la nave. Luego de sus misiones originales a Júpiter y Saturno, fueron destinadas a regiones del espacio muy lejanas al Sol. El sistema eléctrico, a 27 años de puesto en marcha, sigue funcionando incluso en esas gélidas y oscuras condiciones. Pero se piensa que para 2020 el mayor y más lejano ingenio de la humanidad apagará sus sistemas para siempre y quedará flotando en la noche eterna.
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